Está pasando. Va a terminar de vestirse y se va a
ir. Por fin va a terminar toda esta historia. Es lo que yo quería ¿No? ¿Es lo
que yo quería? ¿Entonces por qué me duele tanto el pecho? ¿Por qué siento como
si me estuviera rompiendo por dentro mientras veo cómo se viste enfadado? Es
absurdo que me siga mintiendo a mí misma, que intente fingir que ya no siento
nada por él. Es absurdo pensar que seré capaz de vivir el resto de mi vida sin
esa sonrisa ¡Quédate, Dani! ¡Quédate! Mi mente grita con todas sus fuerzas,
pero no soy capaz de decir ni una sola palabra. No puedo decirle ahora que se
quede, seguir volviéndole loco. No soy yo la única que tiene que opinar en esta
relación y creo que ya le he mareado bastante. Le pierdo. Le estoy perdiendo y
no puedo hacer nada, sólo ver cómo se pone los pantalones con rabia, cómo
ni siquiera me dirige la mirada. Se lo he hecho pasar muy mal y aún así viene,
me besa y me pide perdón; y yo soy una tonta que no sabe valorar lo que ha
tenido, no he sabido ver que podía perderle. Y ahora, justo ahora, veo cómo mi
corazón se derrumba. Los dos nos queremos pero ninguno dice nada. No le culpo.
No sería justo decir que él no lo ha puesto todo de su parte ¿Y yo? ¿He puesto
todo de mi parte? Está claro que no. Siempre he sido la que ponía trabas, la
que se enfadaba esperando que volviera a pedirme perdón, la que exigía
compromiso sin esforzarme para que todo saliera bien. ¿Y ahora? ¿Y si es la
última oportunidad de demostrar que es lo más importante en mi vida? Cojo aire
para hablar, para pedirle que se quede a mi lado, pero justo cuando lo voy a
hacer, me bloqueo y todo queda en un intento. Por su parte, Dani me ha
escuchado inspirar y me ha mirado rápidamente, pero acto seguido sus ojos se
han convertido en rabia, o quizás en decepción porque no he tenido el valor de
hacerlo. Porque una vez más, soy yo la cobarde y es él quien se tira al
precipicio sin cuerda y con los ojos cerrados.
-¡Dani! –Digo mientras me acerco a él poniéndome
de rodillas sobre la cama justo antes de que se desaparezca por la puerta. Él
se para en seco y me mira. Está esperando a que hable y sus ojos me suplican
que lo haga. –No te vayas, por favor. – Mis ojos se humedecen pero consigo
contener las lágrimas. Los segundos se me hacen eternos esperando su respuesta,
pero no llega. Se lleva las manos a la nuca y suspira, pero no responde. –Te
quiero. –Veo cómo se le empañan los ojos y se abalanza sobre mí para abrazarme.
Yo le abrazo también con fuerza y aprieto los puños agarrando su camiseta para
que no se separe nunca más de mí. –Te quiero mucho. –Digo justo cuando rompo a
llorar.
-Yo a ti también, mi niña. –Sostiene mi cara con
sus manos y me mira a los ojos sonriendo. –Y siempre será así. –Me da un beso y
seca mis lágrimas como puede.
-¿Te ibas a ir? –Digo ya un poco más calmada.
-¿Tú qué crees? –Pregunta riéndose. Yo me encojo
de hombros y agacho la mirada avergonzada. –Me habría encadenado al sofá si
hubiera hecho falta.
-Qué tonto eres. –Sonrío y le vuelvo a abrazar.
-Dicen que el amor nos vuelve tontos ¿No? –Apoyo
la mano en su mentón y le beso.
-Tontísimos. –Sonrío y suspiro. –Siento haberte
dicho lo de antes.
-Anna, tenías razón en todo lo que has dicho.
Debí haberte llamado o al menos haberte dicho que me iba.
-Nada de eso importa ya ¿Vale? –Le vuelvo a
besar. –Pero prométeme que a partir de ahora cada vez que te vayas me vas a
avisar con tiempo para hacerme a la idea.
-Te prometo que a partir de ahora cada vez que me
vaya te llevaré conmigo de la mano.
-Me gusta más tu idea –Contesto riéndome. Se
queda mirándome sin decir nada como tantas veces lo hacía en Otra movida y
Tonterías las Justas. -¿Qué pasa? –No puedo evitar ruborizarme.
-Nada. –Contesta sin dejar de mirarme.
¿Entonces qué miras?
-A la mujer más bonita del universo.
-¡Pero si estoy súper despeinada! –Digo mientras
intento recolocarme los pelos con las manos. –Y debo tener los ojos
hinchadísimos.
-Estás preciosa, como siempre. –Dice mientras me
agarra las manos para que deje de peinarme.
-¡He dicho “Ojos hinchados”! –Digo bromeando como
si sólo valiera lo que yo diga.
-Pues ojos hinchados… pero preciosos.
-Se me ponen demasiado rojos cuando lloro. –Digo
fingiendo tristeza.
-¡Ah! ¡Pues yo sé un remedio buenísimo para eso!
-¿Cuál?
-Pasar el resto de tu vida conmigo. Te prometo que
nunca más te voy a hacer llorar.