sábado, 22 de febrero de 2014

Capítulo 59. Cuál.

Está pasando. Va a terminar de vestirse y se va a ir. Por fin va a terminar toda esta historia. Es lo que yo quería ¿No? ¿Es lo que yo quería? ¿Entonces por qué me duele tanto el pecho? ¿Por qué siento como si me estuviera rompiendo por dentro mientras veo cómo se viste enfadado? Es absurdo que me siga mintiendo a mí misma, que intente fingir que ya no siento nada por él. Es absurdo pensar que seré capaz de vivir el resto de mi vida sin esa sonrisa ¡Quédate, Dani! ¡Quédate! Mi mente grita con todas sus fuerzas, pero no soy capaz de decir ni una sola palabra. No puedo decirle ahora que se quede, seguir volviéndole loco. No soy yo la única que tiene que opinar en esta relación y creo que ya le he mareado bastante. Le pierdo. Le estoy perdiendo y no puedo hacer nada, sólo ver  cómo se pone los pantalones con rabia, cómo ni siquiera me dirige la mirada. Se lo he hecho pasar muy mal y aún así viene, me besa y me pide perdón; y yo soy una tonta que no sabe valorar lo que ha tenido, no he sabido ver que podía perderle. Y ahora, justo ahora, veo cómo mi corazón se derrumba. Los dos nos queremos pero ninguno dice nada. No le culpo. No sería justo decir que él no lo ha puesto todo de su parte ¿Y yo? ¿He puesto todo de mi parte? Está claro que no. Siempre he sido la que ponía trabas, la que se enfadaba esperando que volviera a pedirme perdón, la que exigía compromiso sin esforzarme para que todo saliera bien. ¿Y ahora? ¿Y si es la última oportunidad de demostrar que es lo más importante en mi vida? Cojo aire para hablar, para pedirle que se quede a mi lado, pero justo cuando lo voy a hacer, me bloqueo y todo queda en un intento. Por su parte, Dani me ha escuchado inspirar y me ha mirado rápidamente, pero acto seguido sus ojos se han convertido en rabia, o quizás en decepción porque no he tenido el valor de hacerlo. Porque una vez más, soy yo la cobarde y es él quien se tira al precipicio sin cuerda y con los ojos cerrados.
-¡Dani! –Digo mientras me acerco a él poniéndome de rodillas sobre la cama justo antes de que se desaparezca por la puerta. Él se para en seco y me mira. Está esperando a que hable y sus ojos me suplican que lo haga. –No te vayas, por favor. – Mis ojos se humedecen pero consigo contener las lágrimas. Los segundos se me hacen eternos esperando su respuesta, pero no llega. Se lleva las manos a la nuca y suspira, pero no responde. –Te quiero. –Veo cómo se le empañan los ojos y se abalanza sobre mí para abrazarme. Yo le abrazo también con fuerza y aprieto los puños agarrando su camiseta para que no se separe nunca más de mí. –Te quiero mucho. –Digo justo cuando rompo a llorar.
-Yo a ti también, mi niña. –Sostiene mi cara con sus manos y me mira a los ojos sonriendo. –Y siempre será así. –Me da un beso y seca mis lágrimas como puede.
-¿Te ibas a ir? –Digo ya un poco más calmada.
-¿Tú qué crees? –Pregunta riéndose. Yo me encojo de hombros y agacho la mirada avergonzada. –Me habría encadenado al sofá si hubiera hecho falta.
-Qué tonto eres. –Sonrío y le vuelvo a abrazar.
-Dicen que el amor nos vuelve tontos ¿No? –Apoyo la mano en su mentón y le beso.
-Tontísimos. –Sonrío y suspiro. –Siento haberte dicho lo de antes.
-Anna, tenías razón en todo lo que has dicho. Debí haberte llamado o al menos haberte dicho que me iba.
-Nada de eso importa ya ¿Vale? –Le vuelvo a besar. –Pero prométeme que a partir de ahora cada vez que te vayas me vas a avisar con tiempo para hacerme a la idea.
-Te prometo que a partir de ahora cada vez que me vaya te llevaré conmigo de la mano.
-Me gusta más tu idea –Contesto riéndome. Se queda mirándome sin decir nada como tantas veces lo hacía en Otra movida y Tonterías las Justas. -¿Qué pasa? –No puedo evitar ruborizarme.
-Nada. –Contesta sin dejar de mirarme.
¿Entonces qué miras?
-A la mujer más bonita del universo.
-¡Pero si estoy súper despeinada! –Digo mientras intento recolocarme los pelos con las manos. –Y debo tener los ojos hinchadísimos.
-Estás preciosa, como siempre. –Dice mientras me agarra las manos para que deje de peinarme.
-¡He dicho “Ojos hinchados”! –Digo bromeando como si sólo valiera lo que yo diga.
-Pues ojos hinchados… pero preciosos.
-Se me ponen demasiado rojos cuando lloro. –Digo fingiendo tristeza.
-¡Ah! ¡Pues yo sé un remedio buenísimo para eso!
-¿Cuál?

-Pasar el resto de tu vida conmigo. Te prometo que nunca más te voy a hacer llorar.

martes, 18 de febrero de 2014

Ccapítulo 58. Como el agua.

Mientras espero a que me responda no puedo dejar de mirarle con los ojos cargados de ira. Es cierto que no supe darle su lugar en la relación, pero él desapareció así sin más y sin dejar que le diera explicaciones. –¡Vamos, responde! ¿Ahora qué? –Sin darme tiempo a reaccionar, sostiene mi cara con sus manos, me besa y siento como todos mis sentimientos vuelven a florecer. Como mi rabia desaparece, olvido por completo el daño que nos pudimos causar en el pasado y continúo el beso sin ni siquiera darme cuenta de que sigue lloviendo a mares. Caminamos hacia mi casa como podemos sin parar de besarnos ni un segundo salvo el momento en el que busco las llaves en mi bolso, pero Dani no pierde el tiempo y me sigue dando besos y pequeños mordiscos en el cuello. Consigo meter la llave en la cerradura sin dejar de mirarle a los ojos ni un segundo y justo antes de hacerla girar, me aprieta contra la pared y me coge en brazos rodeando su cadera con mis piernas.
Saborea mi boca y baja por el cuello hasta mi escote. Yo me dejo hacer hasta que termina de abrir la puerta y entramos. Seguimos besándonos como si fuéramos un huracán que arrasa con todo. No importa si nos tropezamos con algo, si chocamos con la pared, porque sólo queremos sentir el cuerpo del otro. Nuestras manos no se están quietas recorriendo todo aquello que ya conocían y que tanto han echado de menos. Nuestros labios se buscan, se encuentran y se vuelven a perder en la piel del otro. Le saboreo, le quiero devorar, pero intento hacerlo disfrutando de cada pedacito de él.
-Anna, te he necesitado todo este tiempo. -Intento quitarme la camiseta, pero con el agua de la lluvia se ha quedado pegada a mi cuerpo y no lo consigo hasta que Dani me ayuda para poder seguir besando mi cuello
-Antes de irte me dijiste que querías volver a ser sólo mi amigo. –Sé que no es momento de reproches, pero necesitaba decírselo. Al oírlo, se queda mirándome fijamente a los ojos y me aparta el flequillo que me gotea por la cara.
-La amistad puede convertirse en amor; pero nunca el amor en amistad. El día que dejes de quererme no sé qué será de mí, pero estoy seguro que no podré volver a verte como a una amiga. –Me quedo pensando en eso, en qué va a pasar después de esta noche. Ni siquiera sé si sigo enamorada de él, pero besos y más besos me distraen haciéndome viajar a ese rinconcito donde solamente estamos Dani y yo. Donde no importaba el dónde, el cuándo ni el cómo, sólo él y yo. Donde nos decíamos “Te quiero” en letras mayúsculas con el simple roce de nuestros cuerpos; aunque esta vez yo sólo digo “Te he echado de menos”. Esta vez, al fin y al cabo, es todo muy diferente.
A la mañana siguiente me despierto temprano y doy mil vueltas en la cama intentando poner todas mis ideas en orden, intentando aclarar mis sentimientos y redactando en mi mente el guión que tengo que decirle a Dani para no hacerle daño.
“Nos hemos dejado llevar y ya está”. “Ha sido un momento de bajón”. “Te echaba de menos y no he sabido reaccionar como debía”… No, no y no. Él no se merece tata frialdad. Tengo que decirle lo que siento tal y como me salgan las palabras cuando esté hablando con él, pero sigue dormido y cada segundo que pasa me pongo más nerviosa hasta que finalmente no me puedo contener más.
-Dani –Digo en voz baja mientras le doy toquecitos en el hombro. –Dani. –Digo esta segunda vez un poco más fuerte sin éxito alguno. -¡DANIEL! –Por fin abre los ojos despacio y sonríe.
-Buenos días.
-Dani, tenemos que hablar. –Apoyo mis manos en el colchón y me siento pegando la espalda al cabecero de la cama.
-Uy, qué mal suena eso… -Dice incorporándose e imitando también mi postura.
-Dani, yo… -Intento buscar las palabras más indicadas para no hacerle daño. –Lo de ayer no puede volver a repetirse. –Digo finalmente.
-¿Por qué, Anna? ¿A caso no me has echado de menos todo este tiempo tanto como yo a ti?
-No es eso.
-¿Entonces qué es? Te prometo que esta vez va a salir bien. Todas las relaciones pasan por crisis, Anna, pero luego se recuperan y yo no puedo estar sin ti. Te necesito. –Se me rompe el alma al oírle decir esas palabras, pero no puedo dejarme guiar por ellas. Tengo que ser fiel a lo que mi cabeza me dice y dejarle claro que esto ha llegado a su fin.
-Tú y yo no estamos hechos el uno para el otro, Dani. Somos incompatibles.
-Eso no es cierto, Anna. Si no quieres seguir con esto estás en todo tu derecho, pero no me vengas con excusas baratas que nadie creería. Tenle un poco de respeto a todo esto que hemos vivido y no me mientas a la cara.
-No tengo ninguna necesidad de mentirte. Si tanto me has echado de menos, haber contestado a mis llamadas o haber vuelto a consolarme cuando llamaba cada noche. –Digo alzando la voz enfadada y soltando todo aquello que no me había atrevido a decir antes. –Haber sido un hombre y haberte enfrentado al problema en lugar de irte sin avisar dejándome destrozada porque ni siquiera sabía si estarías pensando en mí.
-¿Que no sabías si estaba pensando en ti? –Se levanta de la cama también enfadado. –Pues yo sí sabía que estabas pensando en mí, Anna. Cada noche, cada día y en todo momento porque sé que me querías y sé que me quieres ahora. Que piensas en mí cuando te levantas deseando que esté aquí contigo para que te lleve el desayuno a la cama. Que piensas en mí cuando te duchas en ese baño donde tantas veces hemos hecho el amor. Que piensas en mí cada vez que sales de casa y ves la chaqueta que me dejé aquí la última vez. Que lo haces cuando sueñas y te despiertas decepcionada porque no es real. Que pensabas en mí esta noche cuando te mordía para no dejarte escapar y te encantaba porque en el fondo eso es lo que quieres, Anna. Quieres que no te deje escapar, que te insista una y otra vez hasta que no puedas aguantar más y acabes cediendo. Y lo quieras reconocer o no, todo esto que te estoy diciendo es tan solo una verdad que tú ya conoces pero te quieres ocultar a ti misma.
-¡Basta ya, Dani! –Digo interrumpiéndole. –Vete de casa y no te quiero volver a ver ¿Te ha quedado clarito ya?
-Como el agua.

-¡Pues ya estás tardando en coger tus cosas y desaparecer de mi vista!