Justo
después de que Flo me llamara, buscamos billetes de vuelta a Madrid para esta
misma tarde y los compramos a través del móvil. La mañana la hemos aprovechado
para dar un paseo y conocer un poco más el encanto de esa ciudad, pero ya nada
es como al principio. Desde ese momento ya no me siento cómoda besando a Dani,
ni abrazándole, ni cogiéndole de la mano y me siento culpable por ello. No es
que haya dejado de quererle, eso sería una locura; pero tengo a cada momento en
la mente las palabras de Flo y me hacen replantearme que quizás estemos siendo
muy egoístas. No puedo permitirme que por nuestra culpa se vaya a pique un
proyecto tan bonito como es el del libro y en cambio, me he ido a Toulouse sin
pensar en nadie más, en los efectos que podría traer.
Dani también
está raro. Casi no hemos hablado, no intenta picarme, no me agarra la cara para
obligarme a darle un beso como hace siempre; aunque intenta que no se le note y
por eso no deja de mantener contacto físico conmigo, ya sea dándome la mano o
pasando el brazo por encima de mis hombros, pero ya casi ni me mira a los ojos
y mucho menos a los labios. Yo creo que él también se siente culpable, pero
hace todo lo posible para que yo no me preocupe.
Desde que
hemos llegado al aeropuerto sólo hemos hablado sobre la hora a la que salía el
vuelo y qué puerta era la teníamos que coger, pero por suerte ya sólo nos
quedan 15 minutos para embarcar y así al menos podré fingir estar dormida en el
avión.
Miro
nuestras manos unidas, pero las noto frías. Levanto un poco la cara y miro a
Dani con el rabillo del ojo para que no se dé cuenta y rápidamente vuelvo a
mirar al suelo otra vez. No puede ser que esté pasando esto, que de repente una
simple llamada lo haya cambiado todo. Aunque por otro lado, quizás sea lo mejor
y de esta forma todo pueda volver a ser como antes de que Dani y yo nos comportáramos
como dos niños egoístas. Intento contenerme, pero se me escapa una lágrima y me
la seco rápidamente con la mano para que nadie me vea, para que no me vea él.
-Anna, voy
al servicio. –Me da las dos bolsas con la ropa que compramos para ese día
especial y se va sin ni siquiera mirarme a la cara. Subo las bolsas hasta mi
pecho y las agarro con fuerza escondiendo mi cara tras ellas. Menos mal que
aquí nadie nos conoce y no tenemos que preocuparnos porque nos hagan fotos…
Debo estar horrible ahora mismo, pero es que no me apetece ni arreglarme. Me da
igual todo. Sólo quiero llegar a mi casa y llorar toda la noche.
Por fin
vuelve Dani, coge las bolsas y me vuelve a dar la mano. A mí no me sale más que
un suspiro y así, sin volver a hablar ni una sola vez más, llega la hora de
subirnos al avión. Dani me deja la ventanilla porque sabe que me gusta mirar
las nubes, pero esta vez no me apetece. Esta vez necesito tener los pies en la
tierra y actuar como hay que hacerlo, no como a mí me gustaría.
Cierro los
ojos y me hago una bola en mi sillón dándole la espalda a Dani, pero el sol me
molesta en la cara y me giro hacia el otro lado. Al fin y al cabo, voy a fingir
que estoy dormida, ni si quiera tengo que torturarme viendo sus ojos tristes.
El avión
despega y yo no cambio mi posición. En cambio siento que Dani no para de
moverse y protestar hasta que le pega una patada al sillón de adelante.
-¡Joder!
Yo no me
inmuto y finjo que sigo durmiendo, pero escucho cómo la azafata se acerca y le
pide por favor que se comporte. Los pasos de la chica se alejan y me intriga el
hecho de que Dani no haya vuelto a moverse, que de repente parezca otra
persona. Entonces noto cómo me quita despacio un mechón de pelo de la cara y me
acaricia la frente. Una lágrima vuelve a descender por mi mejilla y él la seca
con su pulgar, me da un beso en la frente y me susurra al oído.
-Cuando
quieras hablamos, cariño. –Sabe perfectamente que no estoy dormida, que llevo fingiendo
todo el tiempo para no tener que enfrentarme a esto, pero respeta mi decisión y
el resto del viaje lo pasa acariciándome el brazo mientras yo sigo sin abrir
los ojos.
Llegamos a
Madrid y cogemos un taxi. Él sabe perfectamente que lo que quiero es llegar ya
a casa y por eso le da mi dirección al taxista. En el trayecto, recuerdo la noche
en la que nos besamos por primera vez. De camino a casa fuimos haciéndonos
carantoñas todo el rato a escondidas para que Marta no nos viera. En cambio,
ahora él está sentado en el asiento del copiloto y yo en la parte de atrás.
Durante un par de segundos, nuestras miradas se encuentran en el espejo
retrovisor pero yo me giro rápidamente y le evito.
El taxista
para y Dani se baja para abrirme la puerta y despedirse de mí. Yo me salgo
también sin apartar la vista del suelo, pero me quedo parada esperando que me
diga algo.
-Buenas
noches –Dice fingiendo una sonrisa forzada.
-Buenas
noches –Contesto yo casi sin voz. Me da un abrazo y yo me agarro a él con
fuerza justo cuando rompo a llorar. Escondo mi cabeza en su pecho y él me
acaricia el pelo mientras rodea mis hombros con el brazo que le queda libre. Yo
levanto la cabeza y le miro a los ojos por primera vez en mucho tiempo, él me
seca las lágrimas y apoya su frente en la mía.
-Ya está,
cariño. –No digo nada, pero asiento con
la cabeza mientras intento tranquilizarme un poco. -¿Quieres que suba?
-No –No le
digo nada más porque en realidad no sabría qué decirle. Simplemente me apetece
estar sola y aclarar mis ideas.
-Te llamo
mañana ¿Vale?
-Vale –Digo todavía
sin voz.
-Hasta
mañana, princesa. –Me da un beso en la frente y se monta en el taxi de nuevo.
-Hasta
mañana. –Digo cuando ya se ha marchado. –Te quiero.